El Jardín del Ángel tiene ángel pero también tiene demonios y qué es la vida sino un encuentro entre los unos y los otros.
Pocos saben que el lugar que ocupa el jardín y el invernadero que lo acompaña fue durante algo más de tres siglos la ubicación del cementerio de la iglesia de San Sebastián y que la historia que acompaña a esta esquina esta vinculada a la de la vecina parroquia. El camposanto existió hasta finales del siglo XIX, a pesar de que en Madrid quedaron expresamente prohibidos los enterramientos en las iglesias por Carlos III.
En un principio -y cuando hablamos de principios estamos hablando de mediados del siglo XVI en la España que ya era la de la Contrarreforma- allá por el año del Señor de 1554, se encargó la construcción de la iglesia a don Antonio Sillero, maestro de obras de la villa de Madrid, para que la parroquia creada diez años antes sobre una antigua ermita que estaba situada en el camino de Atocha tuviera un templo propio. Desde que concluyen las obras en 1575 hasta nuestros días aquí ha estado, una veces ampliada, otras reformada, otras destruida y vuelta a construir. Debido a su situación, son numerosísimas las personas de relevancia histórica, desde presidentes del gobierno como Práxedes Mateo Sagasta a bandoleros como Luis Candelas que figuran en sus archivos parroquiales por nacimientos,
bautismos, bodas o defunciones. Estuvo muy ligada a los comediantes y a los arquitectos, pues en ella se domiciliaron estas dos cofradías gremiales de profunda raigambre y tradición madrileña; la de Nuestra Señora de la Novena, que agrupa a los cómicos y demás gente del teatro, y la de Nuestra Señora de Belén, a la que pertenecen los arquitectos y esta es la razón de que el actual «Jardín del ángel» fuera conocido durante mucho tiempo como «Cementerio de los cómicos”.
El lector curioso disfrutará sabiendo que esta esquina la debió conocer Lope de Vega y aquí acabó enterrado. Por aquí también pudo andar Cervantes -seguro que no se encontró con Lope, la cosa habría acabado mal del odio que se tenían- y en la parroquia de San Sebastián figura el acta de su defunción. También descansaron aquí los cuerpos de Ventura Rodríguez y Juan de Villanueva y algunos de los fusilados en la noche del 3 de mayo de 1808. Y en la capilla del Cristo de la Fe de la iglesia fue enterrado D. Ramón de la Cruz. Pero quizá el episodio más romántico de cuantos alberga este particular espacio sea el que protagonizó José Cadalso, militar y escritor, que en 1771 se enamoró de María Ignacia Ibáñez, notable actriz de la época apodada La Divina, que murió inesperadamente de tifus a los veinticinco años. En la noche del 22 de abril de ese año José acudió desesperado al camposanto donde ya descansaba el cuerpo -cuál sino éste del que hablamos- y allí lo encontró la Santa Hermandad intentando desenterrar a su amada para darle el último adiós. De estas desdichas surgieron sus Noches Lúgubres, obra que describe este suceso.
Qué feliz fue la idea que tuvo la familia Martín cuando, años después de trasladados los cuerpos y cerrado el camposanto, en 1889, decidió arrendar el solar a la parroquia para poner un vivero en lo que fue lo contrario ¿Dónde podría crecer mejor una flor? Desde entonces hasta el año 2006 -¡qué son 117 años en la larga historia de esta esquina madrileña! Nada- regentaron el vivero los descendientes de aquellos primeros Martín y hoy, recogiendo su testigo damos un paso más en la historia de este jardín en el que las plantas y las flores siguen creciendo rodeadas del claro sonido de la fuente, de objetos exóticos e inciensos lejanos.
Hoy, el espacio que ocupa esta floristería, mencionada por Galdós en su novela Misericordia, conserva la intimidad del antiguo camposanto. Una floristería que ni siquiera cerro el día 20 de noviembre de 1936, cuando una bomba arrojada desde un avión del ejército nacional casi destruye por completo la iglesia de San Sebastián, que una vez más se levantó sobre sus cenizas.
El Jardín del Ángel tiene ángel y está claro que su historia continuará alimentando la Crónica de la ciudad.